Hoy hace diez años que la vida se paro para mucha gente, Madrid quedo envuelta en dolor y un cumpleaños se dejo de festejar…la muerte no había rozado a esta persona pero: ¿como cantar entre tanta lágrima?, ¿como apagar las velas y pedir el deseo imposible de devolver la vida?….. El tiempo ha pasado y aunque siguen presentes los ausentes, hace 52 años ocurrió un milagro tan extraordinario que de nuevo, poco a poco y con el pudor de poder celebrar alegría donde otros solo tienen tristeza, esta mañana cantábamos «cumpleaños feliz»
Estamos en el año 62, y son las once menos cuarto de la mañana.
Una mujer de parto, su gran volumen ya anunciaba que en vez de conformarse con uno , el amor tan fuerte entre su marido y ella , había ido y vuelto dos veces y eran dos seres los que traía.
El Sanatorio del Valle era un clínica para ferroviarios, en la que sin estar preparados acogían a parturientas , hijas o esposas de trabajadores del tren. El alumbramiento se adelantó, no se cumplian ni los 8 meses de gestación, los niños tenían prisa por conocer mundo y decidieron llamar con fuerza para salir antes.
El primero , a pesar de ser tan pequeño, estaba bien de salud , un hombrecito camino de tres kilos que en seguida se puso a llorar. El segundo, era otra historia, su kilo y medio no podía con la vida, y lo dejaron en una batea dándolo por muerto. Eran tiempos difíciles para gestaciones tan cortas y tener al menos un niño vivo era un triunfo. Una sábana blanca cubría la desnudez de su pequeño cuerpo y una enfermera caritativa, le dio las aguas de socorro para que bautizado in extremis no cayera en el Limbo (ese sitio raro donde están los que nunca han hecho daño pero que el tiempo no les ha dado la llave de los Cielos) y la proximidad del día del padre decidió su nombre: Jose, sin acento.
Y allí quedó el pequeñito Jose , en su recipiente de blanca porcelana, su madre le oyó un quejido, pero era la madre, ¡pobre mujer! ..no la hicieron ni caso. Y la vida que tiene esas cosas increíbles hizo que pasara por allí un médico al que no le tocaba estar, pero tenía a su madre ingresada por una operación, y su vocación salvadora le impulsó a dar una vuelta por los quirófanos.
Pero no era un doctor cualquiera, si no nada menos que el militar de aviación Juan Jose, introductor en España de la respiración boca a boca… la casualidad (¿volvemos a lo de ayer, a llamar casualidad a algo que va más allá?), le llevo hasta esa sala vacía donde un niño yacía inerte envuelto en su blanco sudario. Y dice que vio elevarse la tela, un inperceptible movimiento que él fue capáz de percibir e inmediatamente dio la voz de alarma, iniciando la recuperación. La boca grande con la pequeña. El pececito que boqueaba por haber saltado del mar. Unos pulmones de juguete que empezaron a funcionar y el pequeño se agarro a ese hilo de vida tan fuerte que lo que era muerte se convirtió en vida.
Pero en el hospital, no habían incubadoras, ni salas para niños de kilo y medio. Y ese medico revolvió Roma con Santiago hasta conseguir que fuera una ambulancia con una especie de incubadora para llevarse al recién nacido. Y camino a otro hospital, como si la muerte no estuviera contenta de no poderse cobrar su pieza, se estropea la ambulancia y el padre con una determinación absoluta, coge la incubadora y la mete en un taxi. Un bultito diminuto en una caja de cristal dando tumbos por cada adoquín de Madrid, y consiguieron, por fin entrar en urgencias del Hospital Quirúrgico. Al llegar la monja le dijo: «Para Dios no hay nada imposible, pero lo que usted trae no es un niño». Y como no hay nada imposible, Jose comenzó a crecer. Y al nombre de Jose le añadieron Luis, para no llamarle Pepe.
Y cinco años mas tarde una misteriosa enfermedad cerebral se llevo a su gemelo. A la otra parte de Zipi a su compañero de travesuras. Pero eso es otra historia.
Y esa fuerza increíble por la vida, por la lucha, ese milagro es lo que hoy celebramos, porque hace 52 consiguió vivir lo que ahora es, un hombre bueno.
«Mamá,¿lloras?» me pregunta Iker mientras leo… Y sí, para que negarlo… una lágrima recorre mi mejilla mientras leo la entrada de hoy.
Eres una gran contadora de historias porque, a pesar de que soy incapaz de calcular las veces que he oído ésta, nunca la había ‘escuchado’ como hoy.
Gracias, Mar, por compartir con todos el nacimiento de tu chico!:-*
Mar, gracias. Un mar de gracias por tus textos, por tu amistad, por hacerle crecer, por cuidármele. Y cuando llegues a los cincuenta, sigue regalándonos tus píldoras de felicidad, tus páginas de belleza, tu sensibilidad entre letras. No pares, sigue sigue, no pares. Un mar de gracias otra vez.
Precioso Mar, la vida es un regalo.